20/6/09

Yo No Canto Al Ché


Yo no canto al Ché

como tampoco he cantado a Stalin;
con el Ché hablé bastante en México,
y en La Habana
me invitó, mordiendo el puro entre los labios,
como se invita a alguien a tomar un trago en la cantina,
a acompañarlo para ver cómo se fusila en el paredón de La Cabaña.
Yo no canto al Ché,
como tampoco he cantado a Stalin;
que lo canten Neruda, Guillén y Cortázar,
ellos cantan al Ché (los cantores de Stalin),

yo canto a los jóvenes de Checoslovaquia.

Ştefan Baciu
del libro "Cortina De Hierro Sobre Cuba" (1961)

¡Felices 81, Che!

Milenio semanal
2009-06-06
“Vive rápido, muere joven y deja un cadáver hermoso”, decía James Dean, frase que podría aplicársele al guerrillero argentino que hoy tendría 81 años y a quien se comienza a desmitificar.

El Che juega golf con Fidel Castro en Colina Villarreal, La Habana, a principios de los años sesenta. Foto: Reuters / Archivo
El 14 de junio de 2009 Ernesto Guevara cumpliría 81 años, dos menos de los que ahora tiene Fidel Castro, su mentor y cómplice de aventuras revolucionarias, si no hubiese sido asesinado en 1967, a los 39, en la inhóspita sierra boliviana. En su cuerpo joven, asmático y bello como un Cristo, se cumplió la sentencia de James Dean, otro ícono de la cultura pop que se fue al otro mundo en 1955 al volante de su Porsche deportivo: “Vive rápido, muere joven y deja un cadáver hermoso”. “Lo lavaron, lo vistieron, lo acomodaron, bajo instrucciones del médico forense. Porque había que mostrar la identidad, mostrarle al mundo que el Che Guevara había sido derrotado”, escribe Jorge Castañeda en La vida en rojo. Lo cierto es que habría sido un espectáculo penoso ver el tropezón de un Che octogenario frente a un auditorio o encamado en un hospital murmurando lemas antiimperialistas con una voz casi inaudible.
No pasa un año sin que se produzca un documental, un programa de televisión, una película o una exposición sobre el Che Guevara en algún punto del planeta y sin que se publiquen libros en varios idiomas que destacan su vida y obra revolucionaria, como Sin olvido. Los crímenes en la Higuera, de los cubanos Adys Cupull y Froilán González; Soy un futuro en camino, del Centro de Estudios Che Guevara; Te acordás, Che Comandante, del argentino Néstor Medina; Lágrimas rojas. Tania, compañera del Che, de la antropóloga española Margarita Espuña; Del corazón a la memoria, del narrador cubano Julio Llanes; Che Guevara, el Cristo rojo, de Alain Ammar, y tantos más que abonan al mito de la leyenda heroica del romántico guerrillero que murió por sus ideales aunque omitan otras facetas que, seguramente, le restarían simpatías.
Sin embargo, no todo es mitificación. En Comediantes y mártires (2009) el prestigiado escritor argentino Juan José Sebreli cuestiona con amarga lucidez a cuatro de los grandes héroes de Argentina: Carlos Gardel, “un conservador”; Evita, “un mito autofabricado”; Maradona, “un oportunista”, y al Che Guevara: “un idiota político”, “un autoritario” que hacía gala de su “ascetismo y pobreza, vistiendo incluso ropa rota y sucia”.
Lo de “idiota político” no es un insulto, con ello Sebreli se refiere a la impericia de Guevara: “Puede decirse que él fue, a la vez, un aventurero, un santo y un héroe, pero no un político. La tarea del político es lenta, discreta y paciente, se realiza cada día y a través de los años, requiere esfuerzo, obstinación, perseverancia; además, necesita la capacidad de transigir, negociar, consensuar, saber replegarse, establecer alianzas”. Si el Che no hubiese conocido en México a Fidel Castro en 1955, continúa, “probablemente se habría marchado con una beca a estudiar medicina a París, que es lo que quería hacer”. O quizá se habría quedado en México y seguido una carrera de actuación, como parece sugerir el mismo Che en sus apuntes.

Una de las célebres fotografías del Che en Cuba, tomada por Alberto Díaz, Korda. Foto: EFE / Archivo
Al triunfo de la revolución en Cuba el Che “fue el encargado de los fusilamientos en masa, tras juicios sumarios celebrados sin el menor procedimiento legal por los tribunales revolucionarios instalados en la fortaleza La Cabaña”, escribe Sebreli. Una historia de terror que no es desconocida, pues ya había sido contada por Guillermo Cabrera Infante en Mea Cuba (1992, una recopilación de artículos desde los años sesenta); por Carlos Alberto Montaner en Fidel Castro y la Revolución Cubana (1984); por Jacobo Machover en La cara oculta del Che. Desmitificación de un héroe romántico (2007); por Jorge Castañeda en La vida en rojo, una biografía del Che Guevara (1997); por Juan F. Benemelis en Las guerras secretas de Fidel Castro (2002) y, entre varios autores más, por Stéphane Courtois en El libro negro del comunismo (1998). El mismo Guevara escribió este inequívoco párrafo en sus Notas de viaje (La Habana, 1962): “Aullando como poseído, asaltaré barricadas o trincheras (...) Teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos (...) ya siento mis narices dilatadas, saboreando el acre olor de pólvora y de sangre, de muerte enemiga”.
Viaje al centro de la selva
El nueve de octubre de 1967 el periodista británico Richard Gott, del diario The Guardian, reconoció el cadáver del Che Guevara, asesinado unas horas antes por el sargento Mario Terán en la escuela de La Higuera, en Bolivia. Gary Prado, el militar que capturó al Che en la Quebrada del Yuro, declaró al Journal do Brasil que éste le había dicho antes de morir que había sido abandonado por Castro. Para las nuevas generaciones que poco se han ocupado de estudiar la historia contemporánea —pero que lucen orgullosas la estampa del Che en sus playeras— quizá sea inconcebible el hecho de que El Guerrillero Heroico murió a consecuencia de una cadena de factores entre los que se encontraban su propia torpeza militar, una geografía abrupta, el acecho de espías cubanos contratados por la CIA, la escasa colaboración de campesinos y trabajadores bolivianos y el resentimiento del Partido Comunista de ese país, hecho a un lado a la hora de conspirar para la gran insurrección de la América del Sur. La campaña del Che también fracasó por el desinterés de Castro, quien obedeció las consignas de la Unión Soviética y cortó el apoyo a su antiguo camarada —deshaciéndose de él para quedarse solo al mando de la Revolución (ya Camilo Cienfuegos había desaparecido misteriosamente en un vuelo sobre el mar Caribe). La historia adquiere un toque aún más dramático con la participación de una atractiva agente argentina-alemana reclutada por la Seguridad del Estado de Alemania Oriental —a quien el Che había enamorado en una visita a ese país. Transferida a la KGB y comisionada para sabotear la misión del Che en Bolivia, la espía cumplió su misión poco antes de caer abatida por las balas del ejército boliviano, a pesar de haberse enamorado del guerrillero y llevar un hijo de él en sus entrañas. Se llamaba Tamara H. Bunke Bider, pero fue mejor conocida como Tania. Años más tarde, los guerrilleros que sobrevivieron a la aventura boliviana describirían al Che como un hombre arrogante y prepotente que los humillaba y tachaba de maricones (véase Mea Cuba).

Alberto Díaz Korda, falleció en 2001 en Francia, a la edad de 72 años. Foto: Pedro Valtierra / Cuartoscuro.com
De ejecutor a logotipo de la revolución
Los intelectuales de Occidente saludaban efusivamente al comandante Fidel mientras que en la isla los homosexuales, los disidentes y los rebeldes de pelo largo eran confinados para su “reeducación” y “regeneración” en los campos de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción. Arreciaban la intolerancia, las aprehensiones, los fusilamientos ordenados por el Che, que era “presidente del tribunal, fiscal, presidente de la comisión depuradora, del tribunal de apelación y comandante en jefe del presidio de La Cabaña” y hacía “juicios que duraban cinco o 10 minutos y enviaba a la gente al paredón” (Sebreli). Los repetidos fracasos de la economía cubana —en los que tuvo que ver la deficiente conducción del ministro de Industria Ernesto Guevara— produjeron escasez y racionamiento. Por esos días el Che y Castro idearon la teoría del foco guerrillero, que traería el triunfo de la revolución mundial: “Crear uno, dos, tres, muchos Vietnams”. Y se fue el Che al Congo, donde sufrió su primera derrota. Luego a Bolivia, lo que fue claramente un suicidio.
La revolución internacional nunca llegó, ni el hombre nuevo socialista anunciado por el Che en el Primer Congreso de Juventudes Latinoamericanas, realizado en La Habana en 1962. El activista del 68 mexicano Marcelino Perelló escribió en el aniversario del Che hace dos años: “Hoy sólo tu apodo y tu estrella permanecen. Símbolo vacío. Significante sin significado. Permaneces en el pecho (por fuera) de los jóvenes que, sin ningún conflicto, igual se hubieran puesto una swástica. Tanto da. Luces exótico e interesante” (Excélsior, nueve de octubre de 2007). Es verdad. La fotografía casual del Che, obra del fotógrafo de modas Alberto Díaz Korda, se ha convertido en la imagen más reproducida de la historia. Qué paradoja más irónica: la imagen misma de la libertad, el orgullo, la templanza revolucionaria, es la de un cruel idealista, un fanático estalinista, un macho homofóbico y vanidoso enamorado de sí mismo y de sus palabras. Morir joven fue una suerte para él.
Revolution and comerce
La curadora inglesa Trisha Ziff, radicada en la Ciudad de México, organizó en 2005 la exposición ¡Che! Revolution and Commerce, que ha sido expuesta en varias ciudades del mundo. En ella pueden verse cientos de imágenes y objetos derivados de la célebre fotografía de Korda, desde carteles y reinterpretaciones hasta los más diversos objetos. Puede verse en www.cmp.ucr.edu/exhibitions/che/

Rogelio Villarreal