Extracto del Libro
"El Bronce vale y otras crónicas"
Por Eduardo Mesa
Editorial Silueta
Aidita siempre me decía que el Che era un asesino, yo iba hasta su casa en la calle Espada para pelarme porque en la Habana hubo un momento que no había barberos y a Lope el Palomero, mi barbero de siempre, le había dado un infarto.
El Che Guevara le mató el primer novio a Aidita, está de más decir que no podía ver al “guerrillero heroico” ni en pintura. Afortunadamente, Aidita estuvo varios años sin visitar mi casa, así no pudo ver cuando quitaron el Sagrado Corazón de Jesús y pusieron un afiche del Che. Yo me di el gusto de botar aquella foto años más tarde, de colocar otro Corazón de Jesús en la sala, aunque este no era tan lindo como el otro, que se deshizo de viejo en un armario.
Aunque a Aidita la gente no le hacía mucho caso, yo le creía. ¿Para qué iba a inventarse aquella historia? ¿Para qué iba a contármela? Rodeada por sus gatos, mientras me daba los cortes en la patilla con una navaja, hablaba a veces de su primer amor, con ira todavía y desconsuelo. El difunto Bobby era chofer de un patrullero, lo fusilaron en los primeros días, sin el debido proceso, como a todos. Puede que Bobby cometiera algún crimen, puede que no. El Che fusiló a muchos que eran inocentes y a otros cuyo único delito fue rebelarse ante el nuevo orden que se avecinaba, son crímenes que están documentados por instituciones y libros, son crímenes a los que nadie hace caso.
A veces me pregunto qué haremos con la estatua del Che cuando se caiga aquello, en Rusia hay estatuas que nadie quiere, pero al estar protegidas por las leyes que amparan a los monumentos, tampoco se pueden destruir; puedes comprar una cabeza gigante de Lenin y ponerla en tu patio, pero está prohibido convertirla en relleno para una cancha de tenis, lo mejor del comunismo son las herencias que deja. Aidita me confesó lo que haría con la estatua del Che que está en Santa Clara, la fundiría para hacer un tibor, estoy seguro que al tibor de Aidita no le faltarían usuarios, ni defensores.
Lo más grave de cualquier porvenir no es el destino de las estatuas candidatas a tibor o a gravilla, sino el olvido que confina a las víctimas. El olvido agravado en el tiempo, que las va relegando con fortuna a algún párrafo compartido con sus victimarios. No es ese el olvido que ayuda a sanar las heridas, es la arrogancia de pensar que el presente lo realizan sólo los vivos.
Aidita sigue en Cuba, nunca fue cederista, ni de la FMC, jugaba a la bolita, ponía La Voz de las Américas y Radio Martí a todo volumen, no tenía miedo de meterle un escándalo a la del Comité. Desde siempre ha vivido de sus oficios: costurera, barbera, zapatera; siempre al margen de la ley, siempre en Cayo Hueso, en la misma cuadra y en la misma casa. Dos de sus hijos están en Miami, pero en la Oficina de Intereses no le dan la visa para venir de visita. Ella me ha dicho que no se va a quedar y en esta ocasión también le creo, como muchos cubanos va esperar en Cuba su oportunidad. Sus hijos la quieren aquí, pero yo comprendo que no se quiera ir, ella ha esperado durante mucho tiempo para ver el final.
Yo, como Aidita, también creo que aquella dictadura está por terminar, ayer mataron a Zapata Tamayo, mañana matarán a alguno más, pero al cabo de 51 años todavía hay gente que no se resigna a huir, gente que lleva años soñando con derretir la estatua de Ernesto “Che” Guevara, para acabar con la maldad y sus símbolos, para vivir en paz.