La cara oculta del Che. Los fusilamientos
Jacobo Machover
Capítulo del libro La face cachée du Che de Jacobo Machover. Editorial Buchet-Chastel. París, septiembre de 2007
Los fusilamientos
“Hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando.”
“En varias oportunidades el Che venía, sutilmente. Se subía a aquel muro. No era difícil subirlo porque tenía una escalera. Se acostaba boca arriba allí a fumar un habano y a ver los fusilamientos. Eso se comentaba en toda la soldadesca de La Cabaña. Los soldados míos me decían: “Cuando estábamos en el pelotón de fusilamiento, veíamos al Che fumándose un tabaco arriba en el muro.” Les daba fuerza a los que iban a disparar. Para aquellos soldados que nunca antes habían visto al Che, era una cosa importante. Les daba mucho valor.”
He aquí el testimonio de Dariel Alarcón Ramírez, alias “Benigno”, uno de los más antiguos y fieles compañeros de armas del Che Guevara, sobreviviente de la guerrilla en Bolivia, exiliado político en Francia desde 1996. “Benigno” siguió ciegamente al Che en todas sus aventuras, primero en la guerrilla contra Batista, luego cuando era miembro del Gobierno en Cuba, por fin en el Congo o en Bolivia. En aquella época, no se cuestionaba absolutamente nada. Para él, todos esos actos formaban parte de un mismo objetivo: un combate planetario contra la injusticia. Revolución y represión eran indisolublemente complementarias. Tardó años antes de atreverse a criticar la figura del Che y a aceptar de que no era solamente el guerrillero rebelde contra la dictadura de Batista sino también uno de los principales responsables de la represión llevada a cabo por el Gobierno revolucionario[1].
Tribunales revolucionarios y paredón
Che Guevara ejerció su primer puesto de mando en la prisión de La Cabaña, que domina el costado oriental de la bahía de La Habana, detrás del castillo del Morro cuyo faro brinda la primera imagen de la ciudad. Allí supervisó los fusilamientos ordenados por el nuevo poder revolucionario. Se trata de una imponente fortaleza, construida por los españoles en los tiempos de su dominación colonial, que servía para proteger la entrada de la ciudad de las incursiones enemigas, de los corsarios o piratas, sobre todo ingleses. Siempre fue una prisión, una cárcel primitiva, anacrónica, donde podían producirse todo tipo de exacciones, al amparo de cualquier mirada u observación, lejos del centro de la capital. La revolución no falló a la regla.
Aquel puesto de mando constituyó una de las principales responsabilidades militares del Che. Resulta difícil imaginarse al que ha sido presentado como un eterno rebelde en la piel de un verdugo implacable. Esa fue, sin embargo, la imagen indeleble que dejó entre aquellos cubanos que perdieron a algún familiar en el transcurso de ese período. La memoria del Che no es la misma para todos.
Como “comandante en jefe” de la prisión de La Cabaña, puesto que ocupó desde el 3 de enero de 1959 hasta el mes de julio, y como responsable de la Comisión Depuradora (según su denominación oficial), el Che dio la orden de ejecutar cerca de ciento ochenta sentencias de muerte. Los tribunales revolucionarios funcionaban sin parar dentro de la fortaleza. Las órdenes, sin embargo, llegaban desde más arriba, de Fidel Castro en persona.
“El Che era jefe militar de La Cabaña. Había una plaza militar muy grande allí, con más de mil soldados”, explica “Benigno”. “Eran él y Jorge (“Papito”) Serguera, que eran comandantes los dos, los que presidían los juicios que se hacían. Se turnaban. Un día lo hacía uno, un día lo hacía otro. Los juicios nunca comenzaban hasta que llegaba el correo militar, la entrega al oficial de guardia de un sobre manila lacrado, entre las cinco y media y las seis de la tarde. Había veces que eran las seis y media y todavía no había llegado el correo. El Che estaba impaciente: “Miren la hora que es y todavía no ha llegado el correo.” El sobre, lo que traía era la gente que se iba a juzgar ese día. Allí venía la sentencia de cada uno. Ese papel venía del estado mayor y estaba firmado por Fidel, de eso no cabe la menor duda.
Yo iba en muchas ocasiones a La Cabaña por mi trabajo. Era capitán en la policía militar de La Habana. Tenía que mandar del cuartel de San Ambrosio, todos los días, una escuadra de soldados que iban para los fusilamientos. Se sacaban de voluntarios.
He alcanzado a ver a un hombre al que habían puesto ya en el paredón de fusilamiento. Detrás de las galeras, yo vi que había tres palos, tres postes clavados allí, y vi que llevaron a uno, le amarraron las manos hacia atrás y le pusieron una venda. Yo veía a ese hombre vivo, que empezaba a implorar por su madre, por sus hijos, que empezaba a corregirse y a orinarse. Vino un cura y yo me decía: “¡Coño! ¿A qué carajo viene el cura, si lo van a matar?” Le di la espalda y me fui. No he podido ver eso nunca. Cuando le tiran y le meten la descarga, se me estremece el cuerpo. A mí se me vuelve la carne de gallina. No sé si es miedo. Yo he sido sin embargo un guerrero toda la vida, y hay gente que cree que un guerrero mata a sangre fría, que la muerte es para él un alimento. Para mí, no.”
Los fusilamientos siguieron produciéndose una vez finalizado el mando del comandante Che Guevara al frente de la fortaleza de La Cabaña, así como en otros lugares de la isla. Él no era más que un eslabón de la cadena, pero era particularmente aplicado en la práctica de las condenas a muerte.
El abogado
José Vilasuso, hoy día exiliado, figuraba entre los que trataron los expedientes de los hombres condenados por la Comisión Depuradora. Así comenta las instrucciones dadas por Che Guevara:
“No demoren las causas, esto es una revolución, no usen métodos legales burgueses, las pruebas son secundarias. Hay que proceder por convicción. Es una pandilla de criminales, de asesinos. Además, recuerden que hay un tribunal de Apelación.”
En cuanto al tribunal de Apelación de La Cabaña, José Vilasuso precisa:“El tribunal nunca declaró con lugar un recurso[2].”
Guevara tomó solo la iniciativa, sin esperar consignas desde más arriba, de ordenar la detención, la condena a muerte y el fusilamiento de algunos miembros. Fue el caso, sobre todo, del teniente Castaño, uno de los responsables del Buró de represión de las actividades comunistas, el BRAC, un oficial que se encargaba esencialmente de recoger información sin estar implicado en la represión directa. Fue arrestado por un comando especial inmediatamente después de la llegada de las tropas del Che a La Habana, aislado en una celda en La Cabaña y fusilado, luego de un juicio sumario, en marzo de 1959. No se le acusó de ningún crimen de sangre.
El comandante de la fortaleza practicó también simulacros de ejecución en los primeros meses de 1959, como con Fausto Menocal, exiliado en Madrid, quien se salvó de milagro, gracias a su condición de descendiente de un antiguo presidente de la República de Cuba, Mario García Menocal, y porque la acusación no había podido probar nada contra él. Acusado de ser chivato y de haber denunciado a un grupo de revolucionarios, fue detenido primero la Ciudad Deportiva. Desde allí numerosos fueron los hombres llevados directamente, sin juicio, por grupos de tres, ante el paredón. Fue encarcelado después en La Cabaña entre el 5 de enero y el 30 de abril de 1959. El trato que le fue reservado fue particularmente humillante. Tuvo que quedarse de pie durante cuarenta horas, día y noche, sin comer ni beber y sin poder efectuar sus necesidades, en el despacho del comandante, un largo pasillo por el cual circulaban hombres armados y uniformados que le hacían firmar a éste las órdenes o que le traían instrucciones, burlándose abiertamente del prisionero, hasta el momento en que cayó de inanición. Guevara en persona era quien se encargaba de interrogarlo. Fue llevado luego a una pequeña celda que compartió con varias personas que dormían en el suelo. Una tarde, fue el Che a decirle: “Mire, Menocal, lo vamos a fusilar esta noche.”
“Me llevaron ante el paredón”, cuenta Fausto Menocal. Me ataron a un poste, me vendaron los ojos y luego hubo una descarga de fusiles. Entonces vinieron a darme lo que yo creía ser el tiro de gracia. Sentí un ruido monstruoso en la sien. En realidad era un golpe dado a la culata del fusil. Me desmayé. Creí que estaba muerto hasta que, una vez que me habían vuelto a llevar dentro de la celda, oí el cantío de un gallo. Allí me di cuenta de que estaba vivo.”
Apología de los fusilamientos ante las Naciones Unidas
El comandante de la fortaleza de La Cabaña no había tenido que cambiar de uniforme para pasar del rol de guerrillero que combatía contra una tiranía al de responsable de la represión llevada a cabo por el nuevo régimen revolucionario. ¿Eran contradictorias esas dos funciones? No para Guevara, convertido en portavoz internacional del gobierno castrista, quien declarará en la tribuna de la Asamblea general de Naciones Unidas en Nueva York, el 11 de diciembre de 1964, en respuesta a las críticas dirigidas contra Cuba por varios representantes de gobiernos latino-americanos y el de Estados Unidos:
“Hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba[3].”
Resultaba sorprendente oír, en esos años, al portavoz de un país hacer, en el más importante foro internacional, la apología de las ejecuciones practicadas bajo su responsabilidad. Castro, por su parte, no debía apreciar particularmente que su fiel pero incontrolable lugarteniente se dejara llevar por tanto lirismo, apartándose del discurso oficial que acababa de pronunciar, para contestar a las acusaciones que perseguían al régimen castrista desde su instauración, razón que había motivado las intervenciones de varios delegados ante la Asamblea general de la ONU. En aquella época, en efecto, los fusilamientos (que seguían vigentes y lo fueron cerca de cincuenta años) ya no aparecían en primera plana de los pocos periódicos que aún existían en Cuba, como había sido el caso a diario en los primeros meses de la revolución. Por supuesto, los contrarrevolucionarios, los que se habían manifestado, de una manera u otra, en contra de la política del régimen y los que habían tomado el camino del exilio (unánimemente designados como “gusanos”) no merecían ninguna consideración por parte del régimen y menos aún por parte de Guevara. Pero Fidel Castro había entendido que no iba a sacar ningún provecho, en términos de imagen, en seguir proclamando ante el mundo entero que la revolución continuaba a fusilar a muchos de sus opositores. La intervención improvisada del Che Guevara sólo podía irritar profundamente al Comandante en jefe.
Las palabras pronunciadas por Guevara, no siempre controladas por Fidel Castro, en distintas conferencias internacionales, iban a provocar su caída en desgracia y su partida de Cuba unos meses más tarde, en 1965.
En su réplica frente a los delegados que se habían atrevido a emitir críticas frente al gobierno cubano, el Che declaraba:
“Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Lationoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie[4].”
Así Guevara, en un mismo discurso, unía a su reivindicación proclamada de las obras menos confesables de la revolución cubana su deseo de buscar la muerte bajo otros cielos. El sacrificio de los demás era sólo el preludio al suyo.
Notas
Capítulo del libro La face cachée du Che
[1] Entrevistas con el autor, París, 2003-2006. “Benigno” me ha concedido numerosas entrevistas. Éstas contienen importantes revelaciones, que no figuraban en sus libros, sobre todo en Memorias de un soldado cubano. Vida y muerte de la revolución,Barcelona, Tusquets, 1997. Con el pasar de los años, en efecto, su visión cambió: “Yo me di cuenta, dice, que yo no le tenía al Che ni respeto ni admiración. En realidad, le tenía miedo si no aplicaba íntegramente sus órdenes.”
[2] José Vilasuso: “A la orden del Che Guevara”, El Disidente Universal, San Juan de Puerto Rico, diciembre de 2005, pp. 22-23.
[3] Ernesto Che Guevara: Obra revolucionaria. México, Era, 1967, pp. 479-488.
[4] Ibid.
Grupo de Estudios Estratégicos (España)