Hay pocas personas cuyas vidas han sido documentadas con tanto detalle como la del Che. Tanto él como sus compañeros escribieron diarios y se sacaron fotos. En la guerrilla, los diarios y las fotos podían caer en manos de sus enemigos, y por eso era peligroso llevarlos encima, pero aun así los guerrilleros continuaron escribiendo y dejándose retratar. Por todo eso, es difícil no pensar que el Che quería ser famoso no sólo gracias a sus actos, sino también a través de su propia narración de lo que hacía. Además, son muchos los libros escritos sobre el Che.
Parece que todos los que lo conocieron han sentido la necesidad de contarlo por escrito. A través de su relación con él, ellos mismos se sienten importantes. Más o menos lo tratan como si fuera un santo. Varios autores cuentan que en la región de Bolivia donde fue asesinado es venerado como tal, como “San Ernesto de la Higuera”, y según dicen es un santo muy milagrero. Nadie le culpa de las muertes que provocó, porque su propósito fue la revolución y lo que cuenta es el propósito y no la realidad. Los biógrafos no estudian los desastres que causó en el ejercicio de sus diferentes cargos, sino que insisten en su trabajo abnegado, no en el resultado de su trabajo.
Vida antes de Castro
Ernesto Guevara de la Serna (1928-1967) nació en Rosario, Argentina, en el seno de una familia de clase alta, pero empobrecida. Dos rasgos marcaron su infancia y adolescencia. El más importante fue el asma que padeció casi desde el comienzo y que lo acompañaría durante toda la vida. Los ataques le afectarían en los momentos más inoportunos, y algunos comentaristas destacan que su enfermedad puede haber influido de manera determinante en su personalidad y su comportamiento.
El segundo rasgo importante fue el carácter de su familia. El padre, también llamado Ernesto Guevara, era de clase media o alta y, a pesar de tener varios hijos, trabajaba poco y vivía de las rentas de unas tierras que no daban mucho. (…) Como padre, Ernesto Guevara no fue severo, sino más bien distraído y bastante laxo. Fueron notorios los casos de infidelidad del padre, que finalmente llevaron a que el matrimonio se separara cuando los hijos habían crecido. El padre se instaló más tarde en Cuba, donde volvió a casarse y formó otra familia. Sus tareas profesionales en la isla parecen reducirse al trabajo de ser el padre del famoso Che. Escribió un libro sobre su célebre hijo, un escrito del que se puede deducir que el padre fue un hombre superficial, que no dejó escapar la oportunidad de aprovecharse de la fama de su primogénito. La lectura de ese texto produce una impresión penosa, porque queda claro que el padre no sabe mucho de la vida o de la manera de pensar del hijo.
La madre, Celia de la Serna, provenía de una familia de más rango social que la del padre. Al quedarse embarazada, se casó precipitadamente con Ernesto, y cuando nació Ernestito no lo inscribió enseguida, sino que esperó para hacerlo más tarde, cuando pudiera parecer que nació a los nueve meses de la boda. La madre también vivía de las rentas de unas tierras y no tenía otra profesión que la de ama de casa. Según todos los testimonios, fue una mujer enérgica en la que recayó el cuidado de la familia. Sin embargo, tampoco estuvo muy centrada en las tareas prácticas de la vida, que no parecían dársele muy bien. Varias fuentes la describen como una mujer que se comportaba de manera espontánea y sin medir los riesgos de sus actos. Los dos padres simpatizaban con diferentes movimientos de izquierda de una manera vaga. Más tarde, ya separada del marido, la madre defendió cada vez más una línea socialista. Durante el régimen de Perón permaneció encarcelada varios meses por razones políticas.
A causa del asma, Ernestito empezó a estudiar en casa, con su madre, y se creó un afecto profundo entre los dos. Durante sus estancias en el extranjero, Ernesto mantuvo el contacto con la Argentina principalmente a través de la correspondencia con su madre. Se podría decir que el hijo realizó uno de los sueños de la madre convirtiéndose en el Che. Es probable que las lecturas de niñez de Ernesto y el apoyo de su madre lo empujaran para buscar un futuro heroico, sin saber muy bien al principio en qué área de actividad. Castañeda cree que la madre fue la mujer más importante de la vida del Che.
(…)
En 1954 llegó a Guatemala, justo en el momento en que una intervención norteamericana derrocaba al presidente Arbenz. El joven decidió no volver a la Argentina sino que se fue a México, donde malvivió un tiempo como fotógrafo ambulante. En 1955 conoció a Raúl y Fidel Castro, y empezó a entrenarse junto con su grupo de futuros guerrilleros cubanos. El mismo año, Ernesto se casó con Hilda Gadea, una compañera peruana que estaba embarazada. Su hija Hildita nació en 1956, el mismo año en que el barco Granma zarpó para Cuba para iniciar una guerra de guerrillas en Sierra Maestra.
(…)
En 1959 los guerrilleros entraron en La Habana y empezó para él una vida pública frenética. En el plano familiar, se divorció de Hilda y se casó con otra compañera, la cubana Aleida March. Con ella tendrá cuatro hijos: Aleidita, Celia, Camilo y Ernestito. A sus hijos, el Che apenas los conocerá, ocupado en sus múltiples tareas y viajes. Se sabe que contemplaba la posibilidad de una separación en 1965.
Su carrera administrativa en la cúpula cubana empezó en 1959. Fue responsable de los juicios de los que habían colaborado con Batista. En octubre fue nombrado jefe de la reforma agraria. En noviembre le fue otorgada la nacionalidad cubana, en señal de agradecimiento por su trabajo revolucionario, y el mismo día fue nombrado jefe del Banco Central. En 1961 fue nombrado ministro de Industria. Participó en la Primera Conferencia Socioeconómica Interamericana en Punta del Este, Uruguay. Se convirtió después en embajador itinerante, viajando por África y Asia, y en particular intentó establecer contactos con China, porque admiraba profundamente el régimen de Mao. En 1964 visitó tanto Nueva York, ciudad en la que habló en la ONU, como Moscú. En 1965 desapareció de la escena pública cubana, dando pie así a todo tipo de especulaciones en la prensa cubana e internacional. Después se supo que había estado en el Congo durante nueve meses. Regresó por Europa, donde se detuvo un tiempo en Praga. Pasó por Cuba sin que nadie más que Fidel Castro y alguna persona más lo supieran, y siguió hasta Bolivia en la segunda parte de 1966. Un año más tarde fue capturado y fusilado. En 1997 su cuerpo fue identificado y trasladado a Cuba. En todos esos traslados, el Che viajó disfrazado y con pasaportes falsos. El nexo de comunicación solía ser Argel.
La imagen joven
En el aspecto físico notamos el pelo largo, signo de rebeldía en su época, que es también la de los Beatles, y una vestimenta informal, por no decir descuidada. Esta manera de vestir se ha interpretado como signo de que estaba totalmente entregado a lo que hacía y no tenía tiempo para lo superficial. Al mismo tiempo, es notable que ni él ni Castro dejaran de llevar el uniforme. En otras palabras, su vestimenta, por descuidada que sea, subraya su elevación al poder por las armas. El uniforme está asociado a la autoridad, al autoritarismo, y la amenaza de violencia para quien no se pliegue a las órdenes. El uniforme también recuerda constantemente su condición de guerrillero victorioso en Sierra Maestra. Lo que señalan todos en el Che es su gusto por una vida ascética y su gran capacidad de trabajo. Éstos son los rasgos en que se basa su fama de santo laico. Los que lo conocieron en La Habana al comienzo de los años sesenta dicen que apenas dormía y que recibía a las visitas incluso a medianoche, y exigía a sus colaboradores que trabajaran a un ritmo similar. Sus discursos y textos muestran que es alguien que ha estudiado, porque maneja el lenguaje de manera culta. Sin embargo, cuando no cuenta observaciones de viajes, casi siempre es abstracto e ideológico. Como orador sólo maneja un tema: la revolución.
Brillan por su ausencia buenas acciones del Che que no sean las que tienen que ver con el avance de la revolución. Como responsable de entre seiscientas y setecientas condenas a muerte después de la victoria, la prensa occidental lo llama “el carnicero de La Habana”. La cifra se debe comparar con la estimación de Leante de que murieron mil doscientos cubanos en total durante la guerra contra Batista, que duró tres años. El Che es también personalmente cruel con algunos compañeros que están con él en la guerrilla en Sierra Maestra, en África y en Bolivia. Muchos de sus biógrafos llaman asesino a Batista, pero no a su biografiado, aun cuando los dos cometen actos muy similares.
¿Por qué ha tenido el Che ese enorme poder de atracción sobre la imaginación de los jóvenes occidentales de hoy? Quizá porque se reconocen en algunos rasgos suyos. Primero por su niñez y adolescencia tan libres. Ha podido corretear, practicar deportes y leer libros de aventuras a más no poder. La influencia paterna ha sido mínima. Las obligaciones en la casa o en la escuela, muy pocas. En una palabra, el Che ha tenido la infancia de muchos jóvenes privilegiados, si hacemos caso omiso del asma.
Quizá también porque representa la heroización de la juventud occidental actual. Ha estudiado, pero no en profundidad, el cual es el caso de muchos. La nueva pedagogía dominante es la de la libertad y el juego. El Che encaja con la imagen del eterno estudiante, pero no porque estudie de manera sistemática, sino porque le gusta leer, no estar atado a un lugar de trabajo y un horario.
Cuando se nombra al Che para diferentes cargos en Cuba, pasa directamente a ser jefe y a dar órdenes a otros, sin ninguna experiencia previa en esos campos de actividad. Todas las fuentes coinciden en decir que se dedicó infatigablemente a las tareas en cuestión. Éste es el gran elogio que se le hace: no escatimó sus esfuerzos para trabajar por el bien de la revolución.
Sin embargo, no tenía preparación para ninguna de estas tareas, y aun así las aceptó. Fue nombrado jefe de la reforma agraria sin saber una palabra de agricultura. Fue nombrado director del Banco Central sin un día de estudios de economía. Se dio cuenta de sus carencias en matemáticas y empezó a aprender junto con un profesor, pero es irresponsable aceptar un cargo tan importante en un área del que no sabía nada.
Fue nombrado ministro de Industria sin saber tampoco nada de industria. Antes ya había sido nombrado comandante por Fidel Castro sin tener más conocimientos militares que los adquiridos en su entrenamiento junto con los compañeros en México y sus prácticas en Sierra Maestra. Ni siquiera había hecho el servicio militar en Argentina, a causa de su asma.
(…)
Los que están entusiasmados con la imagen de la joven revolución de los primeros momentos deberían fijarse en que, con el tiempo, Cuba se ha convertido en un régimen con líderes ancianos. Por lo visto, Castro no quiso promover a la juventud, sino tomar el poder y después agarrarse a él. Hablar de juventud y libertad fue sólo un medio para llegar a los fines.
(…)
Icono
El Che se convirtió en el icono de una parte de la juventud occidental a partir de 1967. En las manifestaciones estudiantiles, desde Chile y México hasta Estados Unidos y París, su foto presidió reivindicaciones de libertad, igualdad y solidaridad. Por ignorancia, por idealismo y por romanticismo, los jóvenes han elegido como ídolo a una persona que no tiene nada que ver con lo que ellos reivindican. En el Che se pueden enumerar muchos rasgos negativos, como el uso de la violencia, su estilo personal autoritario, una voluntad de autoengrandecimiento a costa de los compañeros, su pensamiento caracterizado por clichés, una trágica falta de realismo. La característica positiva más evidente de su carácter es no haberse aprovechado de su posición política para enriquecerse. Sin embargo, puede tomarse por debilidad cierto afán de fama y admiración de los demás, que podría considerarse como una forma de corrupción, de pago “inmaterial”. Franqui, compañero del Che durante muchos años, recuerda la siguiente conversación con el Che, que predica la austeridad.
- Niegas la austeridad -me replicó Guevara.
- No niego nada, Che, yo mismo me puse un sueldo de 500 pesos, que es lo mismo que ganan algunos periodistas y técnicos del periódico. Pero, Che, pienso que el poder, la fama y la gloria no son estímulos morales. Son estímulos materiales, contantes y sonantes. Si tú vas al trabajo voluntario, al otro día sales en la televisión y los periódicos y recibes elogios de la gente, que dice: “Qué bravo el Che, mira cómo corta caña, en el trabajo voluntario”. Pero al ama de casa, al obrero de la ciudad o al estudiante, que son millones, y cuyo acto es más impositivo que voluntario, que no conocen el campo y se matan trabajando y no rinden y no producen, no se les menciona personalmente.
(…)
En lo esencial, el mito del Che es una creación de Castro y un instrumento para consolidar el régimen castrista, ocultando sus verdaderas características.
NOTA: Este texto está extractado del capítulo 5 del libro de INGER ENKVIST ICONOS LATINOAMERICANOS, que acaba de publicar la editorial Ciudadela.
Publicado en www.libertaddigital.com