El Instituto Independiente / Diario Las Americas 1 de octubre de 2007
En octubre se cumplieron 40 años de la muerte, en una pequeña escuela de La Higuera, de Ernesto (Ché) Guevara, quien, ya, prácticamente en su treintena, descubrió el marxismo y se convirtió en uno de sus más emblemáticos expositores luego de una larga década de servir al peronismo. Veamos esta triste metamorfosis con tanta frecuencia ignorada.
Juan Domingo Perón, de regreso de haber servido una posición diplomática ante el gobierno de Benito Mussolini, es designado Ministro de Trabajo y Previsión Social en un gabinete que se esforzaba en mantener a la nación argentina alejada del conflicto mundial.
Dos años después, en 1945, ya el entonces Coronel Perón era, además, Ministro de Guerra y Vicepresidente del gobierno del General Edelmiro J. Farell. Contando con el respaldo de altos oficiales militares y la ascendencia de su compañera Eva Duarte sobre grupos sindicalistas, Juan Domingo Perón se convierte en la figura dominante de la política argentina. La mano dura con que quiere –y logra- imponerse, genera una fuerte oposición.
Una mañana de octubre la policía, fiel a Perón, irrumpe violentamente en las oficinas centrales del poderoso Partido Radical que buscaba constituir una coalición con los socialistas, los comunistas y los demócratas progresistas para oponerse a Perón y a su campaña presidencial. Los estudiantes y sectores populares se rebelan ante ese atropello y las medidas represivas tomadas por el régimen. Los partidarios del Hombre Fuerte recorren, con violencia, distintos barrios de Buenos Aires destruyendo vidrieras, golpeando a quienes se encuentran en derredor. Se acercaba un caos.
La presión forzó a un grupo de militares a exigir, el 9 de octubre de 1945, la renuncia de Perón a todos sus cargos y su detención en la isla Martín García. La situación se torna tensa. Los altos mandos militares forman una junta de gobierno. A ésta se enfrentan grupos sindicalistas, ya definidamente peronistas, que con impresionante apoyo militar y policial, organizan, para el 17 de octubre marchas hacia el centro de Buenos Aires solicitando la libertad y el regreso de Perón.
Igual situación se produce en la ciudad Córdoba, donde un joven, Ernesto Guevara, participando de las fuerzas de choque peronistas, destruía las vidrieras del periódico La Voz del Interior. En Buenos Aires dirigentes obreros paralizaban el transporte y los servicios públicos y el Coronel Juan Domingo Perón, el Hombre Fuerte, era liberado. Las tropas de choque de Perón, en las que participaba el joven Guevara, habían triunfado.
Con sus ideas y vinculaciones peronistas, Guevara recorrerá varios países de Sur América hasta llegar a Guatemala, donde presenció, indiferente, sin participar en ella, la lucha entre las fuerzas invasoras de Castillo Armas y el izquierdista gobierno de Jacobo Arbenz. En la pensión en que reside lo visita, con regularidad, el embajador argentino Nicasio Sánchez Torranzo, “diplomático peronista que, además, tenía un hermano general, sindicado como uno de los militares más adictos al presidente Perón”.
Se ha relacionado Guevara con Hilda Gadea, la aprista peruana de ideas marxistas y, a través de ella, con el cubano Ñico López, uno de los asaltantes, el 26 de Julio, del cuartel de Bayamo.
Depuesto Arbenz, Guevara, que vivía en la casa de dos mujeres salvadoreñas que se han asilado, se ve obligado a buscar otro alojamiento. Ninguno, más apropiado, que la Embajada peronista de Argentina. Entrará como huésped, no como asilado político, con cuyo nuevo embajador, Torres Gispena, cordobés, mantiene excelentes relaciones.
Hemos visto en su tierra nativa y en Guatemala, los dos países en que ha residido, la estrecha vinculación de Guevara con el peronismo. Ahora el bohemio a quien quieren presentarnos como redentor de las Américas, partirá hacia México. Veremos a que se dedica. Para quien trabajará.
Llega a la capital azteca el 21 de septiembre de 1954. Han transcurrido nueve años desde que el joven Guevara destrozara en Córdoba las vidrieras del periódico opositor “La Voz del Interior”, demandando la libertad de Perón y su reintegro al poder, y un año desde que en la tierra del quetzal fuera espléndidamente atendido por los embajadores peronistas.
Allá, en el lejano país sureño, Perón sigue recibiendo el embate de los grupos de extrema izquierda. Se mantiene en el poder gracias al respaldo de sectores de las fuerzas armadas, del apoyo de los altos intereses económicos y de los viejos dirigentes sindicales.
Quiere el presidente de la patria de Sarmiento mejorar su imagen internacional. Para eso, recién ha constituido una agencia de prensa que tratará de rectificar la “desinformación” que sobre él mantienen los medios norteamericanos. ¿Quién mejor para colaborar en este empeño que el leal y joven Guevara?. Alegre, se incorpora Ernesto, en un trabajo bien pagado, a la filial mexicana de aquella agencia de prensa peronista.
Como Perón es atacado por la prensa independiente norteamericana, Ernesto Guevara, para servir mejor a quien en Buenos Aires gobierna, y paga, dirige sus dardos contra el coloso del Norte; ataca sus instituciones, sus dirigentes. Pero en septiembre de 1955 Perón es depuesto por un golpe militar del General Eduardo Lonardi con el concurso, más doloroso aún para Guevara, de la guarnición de Córdoba. Ha caído su ídolo y ha perdido su paga. En carta a su madre, Celia de la Cerna, Ernesto le dice “la caída de Perón me amargó profundamente”.
Es necesario enarbolar otra bandera. Buscar otro líder. Lo encontrará allí mismo, en México. Alguien, a quien el joven argentino no conocía, ha llegado a la capital. Será Ñico López, el locuaz y amistoso cubano que había conocido en Guatemala, quien lo presente. Primero, a Raúl. Luego, a Fidel.
Comienza su entrenamiento. De centinela en el Rancho Santa Rosa ofreció a la policía que asaltaba la finca cuanta información le fue solicitada. No cesó de hablar. Por Guevara supieron el nombre de todos los que en ese campamento se entrenaban para zarpar en la expedición del Granma. Partirá en ella como “médico” hasta que, asesinando a sangre fría al campesino Eutimio Guerra, se convertirá, esas son sus palabras, en “un revolucionario”. Había llegado a Cuba “sediento de sangre” le dice a su esposa. La saciará con creces.
Dejará entonces, Ernesto Guevara su ya inútil peronismo para, con las nociones de marxismo que le impartió la aprista Hilda Gadea, tomar un nuevo ropaje que, cubierto de sangre, vestirá hasta su caída el 9 de octubre en La Higuera.
En octubre se cumplieron 40 años de la muerte, en una pequeña escuela de La Higuera, de Ernesto (Ché) Guevara, quien, ya, prácticamente en su treintena, descubrió el marxismo y se convirtió en uno de sus más emblemáticos expositores luego de una larga década de servir al peronismo. Veamos esta triste metamorfosis con tanta frecuencia ignorada.
Juan Domingo Perón, de regreso de haber servido una posición diplomática ante el gobierno de Benito Mussolini, es designado Ministro de Trabajo y Previsión Social en un gabinete que se esforzaba en mantener a la nación argentina alejada del conflicto mundial.
Dos años después, en 1945, ya el entonces Coronel Perón era, además, Ministro de Guerra y Vicepresidente del gobierno del General Edelmiro J. Farell. Contando con el respaldo de altos oficiales militares y la ascendencia de su compañera Eva Duarte sobre grupos sindicalistas, Juan Domingo Perón se convierte en la figura dominante de la política argentina. La mano dura con que quiere –y logra- imponerse, genera una fuerte oposición.
Una mañana de octubre la policía, fiel a Perón, irrumpe violentamente en las oficinas centrales del poderoso Partido Radical que buscaba constituir una coalición con los socialistas, los comunistas y los demócratas progresistas para oponerse a Perón y a su campaña presidencial. Los estudiantes y sectores populares se rebelan ante ese atropello y las medidas represivas tomadas por el régimen. Los partidarios del Hombre Fuerte recorren, con violencia, distintos barrios de Buenos Aires destruyendo vidrieras, golpeando a quienes se encuentran en derredor. Se acercaba un caos.
La presión forzó a un grupo de militares a exigir, el 9 de octubre de 1945, la renuncia de Perón a todos sus cargos y su detención en la isla Martín García. La situación se torna tensa. Los altos mandos militares forman una junta de gobierno. A ésta se enfrentan grupos sindicalistas, ya definidamente peronistas, que con impresionante apoyo militar y policial, organizan, para el 17 de octubre marchas hacia el centro de Buenos Aires solicitando la libertad y el regreso de Perón.
Igual situación se produce en la ciudad Córdoba, donde un joven, Ernesto Guevara, participando de las fuerzas de choque peronistas, destruía las vidrieras del periódico La Voz del Interior. En Buenos Aires dirigentes obreros paralizaban el transporte y los servicios públicos y el Coronel Juan Domingo Perón, el Hombre Fuerte, era liberado. Las tropas de choque de Perón, en las que participaba el joven Guevara, habían triunfado.
Con sus ideas y vinculaciones peronistas, Guevara recorrerá varios países de Sur América hasta llegar a Guatemala, donde presenció, indiferente, sin participar en ella, la lucha entre las fuerzas invasoras de Castillo Armas y el izquierdista gobierno de Jacobo Arbenz. En la pensión en que reside lo visita, con regularidad, el embajador argentino Nicasio Sánchez Torranzo, “diplomático peronista que, además, tenía un hermano general, sindicado como uno de los militares más adictos al presidente Perón”.
Se ha relacionado Guevara con Hilda Gadea, la aprista peruana de ideas marxistas y, a través de ella, con el cubano Ñico López, uno de los asaltantes, el 26 de Julio, del cuartel de Bayamo.
Depuesto Arbenz, Guevara, que vivía en la casa de dos mujeres salvadoreñas que se han asilado, se ve obligado a buscar otro alojamiento. Ninguno, más apropiado, que la Embajada peronista de Argentina. Entrará como huésped, no como asilado político, con cuyo nuevo embajador, Torres Gispena, cordobés, mantiene excelentes relaciones.
Hemos visto en su tierra nativa y en Guatemala, los dos países en que ha residido, la estrecha vinculación de Guevara con el peronismo. Ahora el bohemio a quien quieren presentarnos como redentor de las Américas, partirá hacia México. Veremos a que se dedica. Para quien trabajará.
Llega a la capital azteca el 21 de septiembre de 1954. Han transcurrido nueve años desde que el joven Guevara destrozara en Córdoba las vidrieras del periódico opositor “La Voz del Interior”, demandando la libertad de Perón y su reintegro al poder, y un año desde que en la tierra del quetzal fuera espléndidamente atendido por los embajadores peronistas.
Allá, en el lejano país sureño, Perón sigue recibiendo el embate de los grupos de extrema izquierda. Se mantiene en el poder gracias al respaldo de sectores de las fuerzas armadas, del apoyo de los altos intereses económicos y de los viejos dirigentes sindicales.
Quiere el presidente de la patria de Sarmiento mejorar su imagen internacional. Para eso, recién ha constituido una agencia de prensa que tratará de rectificar la “desinformación” que sobre él mantienen los medios norteamericanos. ¿Quién mejor para colaborar en este empeño que el leal y joven Guevara?. Alegre, se incorpora Ernesto, en un trabajo bien pagado, a la filial mexicana de aquella agencia de prensa peronista.
Como Perón es atacado por la prensa independiente norteamericana, Ernesto Guevara, para servir mejor a quien en Buenos Aires gobierna, y paga, dirige sus dardos contra el coloso del Norte; ataca sus instituciones, sus dirigentes. Pero en septiembre de 1955 Perón es depuesto por un golpe militar del General Eduardo Lonardi con el concurso, más doloroso aún para Guevara, de la guarnición de Córdoba. Ha caído su ídolo y ha perdido su paga. En carta a su madre, Celia de la Cerna, Ernesto le dice “la caída de Perón me amargó profundamente”.
Es necesario enarbolar otra bandera. Buscar otro líder. Lo encontrará allí mismo, en México. Alguien, a quien el joven argentino no conocía, ha llegado a la capital. Será Ñico López, el locuaz y amistoso cubano que había conocido en Guatemala, quien lo presente. Primero, a Raúl. Luego, a Fidel.
Comienza su entrenamiento. De centinela en el Rancho Santa Rosa ofreció a la policía que asaltaba la finca cuanta información le fue solicitada. No cesó de hablar. Por Guevara supieron el nombre de todos los que en ese campamento se entrenaban para zarpar en la expedición del Granma. Partirá en ella como “médico” hasta que, asesinando a sangre fría al campesino Eutimio Guerra, se convertirá, esas son sus palabras, en “un revolucionario”. Había llegado a Cuba “sediento de sangre” le dice a su esposa. La saciará con creces.
Dejará entonces, Ernesto Guevara su ya inútil peronismo para, con las nociones de marxismo que le impartió la aprista Hilda Gadea, tomar un nuevo ropaje que, cubierto de sangre, vestirá hasta su caída el 9 de octubre en La Higuera.
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